viernes, 15 de abril de 2011

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Poema dedicado al Marqués de Sade, imperdonable, innombrable, prohibido, olvidado, cancelado, extirpado, callado, censurado, abominado, incomprendido. Lo suyo es el deseo, su vida prisionero (27 de sus años los pasó encerrado) fue la vida del deseante. Nada puede decirse mejor sobre él, en palabras tan cáusticas que esto:

"El prisionero"
Octavio Paz, 1949

No te has desvanecido,
Las letras de tu nombre son todavía una cicatriz que no
se cierra,
un tatuaje de infamia sobre ciertas frentes.
Cometa de pesada cola fosfórica: razones obsesiones,
atraviesas el siglo diecinueve con una granada de verdad
en la mano
y estallas al llegar a nuestra época.


Máscara que sonríe bajo un antifaz rosa,
hecho de párpados de ajusticiado,
verdad partida en mil pedazos de fuego,
¿qué quieren decir todos esos fragmentos gigantescos,
esa manada de icebergs que zarpan de tu pluma y en alta
mar enfilan hacia costas sin nombre,
esos delicados instrumentos de cirugía para extirpar el
chancro de Dios,
esos aullidos que interrumpen tus majestuosos razona-
mientos de elefante,
esas repeticiones atroces de relojería descompuesta,
toda esa oxidada herramienta de tortura?


El erudito y el poeta,
el sabio, el literato, el enamorado,
el maníaco y el que sueña en la abolición de nuestra si-
niestra realidad, disputan como perros sobre los restos de tu obra.
Tú, que estabas contra todos,
eres ahora un nombre, un jefe, una bandera.

Inclinado sobre la vida como Saturno sobre sus hijos,
recorres con fija mirada amorosa
los surcos calcinados que dejan el semen, la sangre y la
lava.
Los cuerpos, frente a frente como astros feroces,
están hechos de la misma substancia de los soles.
Lo que llamamos amor o muerte, libertad o destino,
¿no se llama catástrofe, no se llama hecatombe?
¿Dónde están las fronteras entre espasmo y terremoto,
entre erupción y cohabitación?

Prisionero en tu castillo de cristal de roca
cruzas galerías, cámaras, mazmorras,
vastos patios donde la vid se enrosca a columnas so-
lares,
graciosos cementerios donde danzan los chopos inmó-
viles.
Muros, objetos, cuerpos te repiten.
¡Todo es espejo!
Tu imagen te persigue.


El hombre está habitado por silencio y vacío.
¿Cómo saciar su hambre,
cómo poblar su vacío?
¿Cómo escapar a mi imagen?
En el otro me niego, me afirmo, me repito,
sólo su sangre da fe de mi existencia.
Justina sólo vive por Julieta,
las víctimas engendran los vergudos.
El cuerpo que hoy sacrificamos
¿no es el Dios que mañana sacrifica?
La imaginación es la espuela del deseo,
su reino es inagotable e infinito como el fastidio,
su reverso y gemelo.


Muerte o placer, inundación o vómito,
otoño parecido al caer de los días,
volcán o sexo,
soplo, verano que incendia las cosechas,
astros o colmillos,
petrificada cabellera del espanto,
espuma roja del deseo, matanza en alta mar,
rocas azules del delirio,
formas, imágenes, burbujas, hambre de ser,
eternidades momentáneas,
desmesuras: tu medida de hombre.
Atrévete.
Sé el arco y la flecha, la cuerda y el ay.
El sueño es explosivo. Estalla. Vuelve a ser sol.

En tu castillo de diamante tu imagen se destroza y se re-
hace, infatigable.

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